Rock & Roll: un problema o una solución, según se vea

Por Pascual Tamburri, 8 de septiembre de 2015.

La generación de John Lennon cambió todo, sumando capacidad artística y voluntad revolucionaria. Resultado: la decadencia llevada a la música y el arte, para lo bueno y lo malo.

Si una civilización vale lo que objetivamente valen sus artes convendremos en que el valor de Occidente hoy mismo cotiza a la baja. No se trata de gustos o de modas, de vanguardia o de nostalgia, sino de una debilidad llamada relativismo y apellidada mercantilismo. Para mí, como para unos cientos de generaciones de antepasados nuestros, no vale lo mismo «un grafiti de retrete que la Gioconda«; el problema está en que colectivamente cada vez se difunde más la idea contraria, y que hace décadas la difunden los supuestos entendidos.

No obstante, esto nos llevaría a un terreno erudito en el que no quiero entrar, porque no es el mío, ni éste es el lugar, ni tengo por qué repetir lo que nuestro amigo José Javier Esparza dijo en sus «8 pecados capitales del arte contemporáneo«. Vamos a descender a lo práctico, o si se quiere a los infiernos.

La música, campo de batalla

De todas las artes la más volátil es la música; cuando una civilización decae y muere permanecen su arquitectura y su escultura, se conserva algo de su pintura, pero sus sonidos pueden extinguirse. ¿Qué sabe usted de la música griega y romana? Sabemos que existió, conocemos nombres de músicos, sabemos de su fama, sabemos que mutó y decayó, y que desapareció. La música occidental es hija de los ritmos populares medievales, como lo son sus instrumentos. No es menos cierto que la música ha sido también la más notable, diferente y eximia de las artes europeas; y que en las últimas décadas ha emprendido un cambio radical, con la desaparición o fosilización de algunas de sus manifestaciones y el surgimiento de una nueva música popular. Su manifestación más peculiar, en los siglos XX y XXI, ha sido ese amplio conjunto de cosas diferentes a las que llamamos Rock & Roll.

Barroco, clasicismo y romanticismos llevaron la música tradicional europea a su cumbre técnica, cosa inapelable de manera objetiva; y el romanticismo sigue vivo tanto en la continua representación de obras «clásicas» como en su reiteración, ahora marginal pero siempre atractiva, como puede ser a través de las bandas sonoras del cine. Pero el primer hecho, indudable, es que esa música está lejos –y cada vez más lejos- de la vida colectiva de nuestros pueblos, y que permanece como lujo refinado al que todos materialmente podemos acceder pero que no todos quieren, pueden o están preparados para apreciar por igual.

El segundo hecho es que, desde la Primera Guerra Mundial, la civilización europea está experimentando musicalmente, como en las demás artes. Ha surgido una música comercial, «popular», ligera e insustancial con diversas formas; las operetas kitch o los hijos de Julio Iglesias producen por ejemplo, sí, sonidos, pero su contenido artístico es, cuando menos, discutible. Y han surgido otros intentos renovadores, con diferentes fuentes, a la búsqueda de nuevas posibilidades musicales.

El rock: fue ruptura, ya es pasado

Ciertamente muchas de esas manifestaciones cumplen todos los requisitos de la estafa explicados por Esparza: la búsqueda obsesiva de la novedad, la desaparición de significados inteligibles, la transversalidad de los soportes, la tendencia a lo efímero, la vocación nihilista, la sintonía con un poder concebido como subversión, el naufragio de la subjetividad del artista, la supresión de la belleza. Sin embargo, en ese contexto, el Rock & Roll –de origen geográficamente americano, de raíces parcialmente africanas- está ahí y ha venido para quedarse. Ha sido y es soporte de muchas miserias artísticas y personales, y es complejo y variado. No obstante, existe y es parte esencial de vida de nuestros jóvenes, lo que es tanto como decir de nuestro futuro.

Nunca se valorará lo suficiente el daño moral producido aún hoy por las ideas profesadas por algunos apóstoles de la música ligera, y particularmente de John Lennon; pero no cabe discutir la capacidad artística de éste, por ejemplo. La cuestión, a la que no estoy en condiciones de responder pero que me planteo en contacto con la siguiente generación es ésta: ¿contiene el rock, en su variedad, gérmenes de un futuro clasicismo? Qué dolor sólo pensarlo, pero…

¿Toda la música posterior a 1968, o a 1918, es uniformemente lamentable o, como en las demás artes, se entremezclan la cara dura de unos, la ignorancia de otros, el mercantilismo de unos terceros y las sinceras inquietudes de los últimos? ¿Debe ser asumido por entero borreguilmente, puede ser rechazado sin matices por entero o es posible que de este sonido surja un renacimiento de las artes? ¿Lo que gusta a la masa y hace ricos a algunos es, porque sí, arte? Llevamos un siglo haciéndonos estas preguntas, y me gustaría escuchar nuevas opiniones sobre el futuro de la banda sonora de nuestra civilización. Si es que merece tenerla.

Pascual Tamburri

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 8 de septiembre de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/rock-roll-problema-solucion-segun–143948.html