Por Pascual Tamburri, 28 de septiembre de 2015.
El 27 de septiembre España ha tenido un golpe en Cataluña, con urnas, y otro en Navarra, interno en UPN. Ambos ponen en riesgo la unidad nacional.
Alfonso Guerra, que no solía ser un facha peligroso, ha llamado a lo que está pasando en Cataluña «un golpe de estado a cámara lenta». Cámara lenta porque se imponen con vaselina y sin reacción. Y golpe de Estado en el fondo y en la forma porque imponen la ruptura del orden constitucional y lo hacen mediante métodos antidemocráticos.
Cataluña no es una democracia, y sólo formalmente es parte de una. No nos equivoquemos, porque no es votar lo que nos convierte en democracia. Las candidaturas independentistas, todas sumadas, no llegan al 50% de los votos –con una participación más alta que nunca desde el referéndum constitucional- y sólo sumarían mayoría de diputados regionales perdiendo escaños y contando con las candidaturas de extrema izquierda.
Artur Mas, con ayuda de Zapatero, ha conseguido una Cataluña rota como nunca. Las provincias rurales por un lado, la Cataluña urbana por otro; pese a tener los medios de comunicación de su parte y las instituciones en su poder, Podemos tiene su peor resultado de nunca (algo tendrá que ver con su complacencia nacionalista), los comunistas de IU desaparecen como los democristianos de Unió sólo que sin presentarse, y el PSC se lleva un batacazo pero algo menor de lo esperado. La mayoría de los catalanes apoya la legalidad nacional española, lo que da un triple mandato a PP, PSOE y sobre todo Ciudadanos para detener, cerrar y liquidar este «proceso» nacionalista. La mayoría de voto popular es en sí misma un mandato; lo es además el hecho de que lo que Mas quiere no es ni puede ser legal nunca; y lo certifica en suma que Ciudadanos ha conseguido movilizar un voto antiseparatista que PP y PSOE no han ilusionado hace mucho, lógicamente.
Convergencia y ERC, unidos en Junts pel Sí, obtienen 62 escaños sobre el total. ¿Victoria? Sólo si lees el Gara, el Deia, el Diario de Noticias… o La Vanguardia. Ante todo, se quedan a 6 de la mayoría absoluta en el Parlamento catalán. Para seguir, esos 62, suma de nacionalistas (CDC y ERC), son la menor suma que estos dos bastiones de la catalanidad han logrado… en toda su historia, si exceptuamos los tenebrosos tiempos de la UCD, cuando en 1980 las fuerzas «españolas» tenían mayoría sumadas. El catalanismo independentista retrocede, el autonomismo democristiano desaparece y avanza el extremista violento proetarra y ultramarxista de la CUP (10 diputados que además son imprescindible para que Mas llegue a ser algo de mayor, cosa que además a estos defensores de la libertad no parece ilusionarles) .
En su conjunto, es un fracaso personal de Artur Mas y otro indirecto de la familia Pujol y su 3%; es de temer que radicalicen su discurso independentista para envolver en falso patriotismo su corrupción y sus miserias. Nunca el nacionalismo catalán ha logrado tan poco aspirando a tanto.
Frente a eso, los contrarios a la independencia suben en su conjunto, y además de un modo muy especial. El PSC, pese a su enorme fuerza histórica en Barcelona, retrocede como nunca, Ciudadanos se alza como segunda fuerza y logra 25 diputados, por delante del PSC-PSOE con 16, el PP con 11 y Podemos – Cataluña sí que es Pot con 11. En su conjunto, son más que los secesionistas y la secesión queda lastrada salvo que se haga y se tolere una lectura muy folklórica del voto. El PSC tiene el peor resultado desde la restauración del Parlamento: es lógico si pensamos en su votante medio que es catalán adoptivo de dos o tres generaciones y que no entiende los vaivenes de sus líderes.
¿Y ahora qué? Este «proceso» antiespañol es consecuencia de la confusión, la dejación y la cobardía de muchos demócratas. Los partidos con representación, salvo Ciudadanos, han sido enormemente ambiguos sobre qué harán a partir de las elecciones frente a Mas, frente al «proceso» y frente a la brutal anomalía democrática que es hoy Cataluña entera.
En el fondo, sin marear la perdiz, hay dos opciones. Una, aceptar al menos en parte el «proceso» de esta gente, y negociar con ellos o las formas de la independencia, el camuflaje de la misma o el precio de la permanencia en términos de autogobierno. Sería tanto como, otra vez, Rajoy como Suárez, González, Aznar y Zapatero, dar por bueno el catalanismo con su raíz totalitaria y antidemocrática. No es sólo ilegal, es además contrario al sustento único de toda soberanía, la Nación española. Pero hay que decírselo.
Y esa es la segunda posibilidad, decírselo alto y claro. Corresponde a Mariano Rajoy, porque tiene el poder ejecutivo del Estado, defender éste y la Patria que lo sustenta. ¿Negociar? Querido ministro Margallo, sean cuales sean sus aficiones no hay nada que negociar salvo la rendición de estos enemigos de la soberanía de España y de la libertad de los españoles. La Constitución y las Leyes dan medios al Gobierno (aunque no especialmente al ministro de Exteriores…) para que ponga orden en esas cuatro provincias, con tanta contundencia como sea precisa. Claudicar, ceder, adular, no son caminos para detener un proceso antinacional. Si usted no lo entiende quizá es hora de que deje su sitio a quien sí lo haga. Si usted cede se estará verificando el golpe de estado que anunció Alfonso Guerra.
¿Y por qué el «estilo hípster»?
Hipster es una palabra inglesa que empezó a usarse así en los años 40 y 50 y ahora vuelve de moda. Un «hípster» viene a ser una persona con estilo totalmente alternativo a todo, con estilo característico y a la moda pero en lo sustancial indiferente, pasota, más desdeñoso que resignado. Ahora, en la España del siglo XXI, esa resignación viene decorada por modas, gustos e intereses asociados a lo vintage y lo pretendidamente alternativo a las supuestas convenciones sociales, con todo lo que esto tiene de convención en sí mismo.
Nuestra buena burguesía joven es o parece en gran parte hípster, en ropa, música, consumos, aficiones y desdenes. Hoy por desgracia un precedente de una generación que, aplastada por las pretensiones separatistas, quedó para siempre sumida en el pesimismo, la resignación y el materialismo. En 1898 la separación de Cuba cambió España; sin ser comparable, en 2015 el alejamiento de Cataluña o su simple planteamiento supondría una oleada hípster moral y quizá, más allá, el fin de la misma España.
No todo lo hípster es malo, pues así como las gafitas nos son indiferentes la afición a buenos libros y películas es en sí misma una buena cosa. ¿Tanto como para compensar una secesión? La verdad es que no. La resignación, salvo en términos morales de fraile mendicante, la resignación no es una buena cosa.
Y si alguien está resignado entre nosotros es UPN. UPN, vencedora pero sin poder por primera vez en décadas, no sabe qué hacer. El parlamentario Javier Esparza ha sido elegido nuevo presidente de UPN con un 57% de los votos mientras que la senadora Amelia Salanueva ha obtenido un 38% y la exconsejera María Kutz, un 4%. Han votado sólo 1319 de los 3700 afiliados, una gran abstención, una gran perplejidad. No saben cómo conseguir lo único que están seguros de querer, el poder de nuevo. Esa resignación del centroderecha es abismal en Navarra, similar a la de la Cataluña dividida, y puede ser la mejor inversión para los enemigos de España. UPN ha sufrido un golpe de estado en casa, y tras la dimisión de Yolanda Barcina a finales de agosto existe el riesgo… de una Navarra hípster, nostálgica, perpleja y resignada. Aunque algunos no la queremos, tampoco allí.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 28 de septiembre de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/politica-hipster-golpes-estado-precio–144335.html