Imperios liberales que dejan heridas sangrantes hasta hoy mismo

Por Pascual Tamburri Bariain, 2 de octubre de 2015.

Los grandes imperios se articularon sobre una jerarquía jurídica clara, metropolitanos frente a coloniales. Un ensayo de filosofía de la Historia revisa la evolución de todos.

Josep Maria Fradera, La nación imperial. Derechos, representación y ciudadanía en los imperios de Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos (1750-1918). Presentación e introducción del Autor. Edhasa, Barcelona, 2015. II vol., 1376 p.. 75,00 €.

Desde 1918 tendemos a asociar la disciplina de la filosofía de la Historia al nombre de Oswald Spengler y a algo en cualquier caso arriesgado o peligroso. Sin embargo, investigar y no digamos explicar la Historia sin intentarla explicar tiene el riesgo, muchas veces demostrado, de limitarnos a la lección miope y alicorta de un maestro de escuela, que no es lo que se debe esperar de un conocedor de la disciplina. Por eso es una gran satisfacción comprobar cómo la filosofía de la historia está renaciendo en las últimas décadas, y no sólo ya ha dejado de ser mal visto citar a un Spengler o a un Sánchez Albornoz, sino que éstos tienen además nuevas generaciones de seguidores y repartidos en todo el espectro ideológico.

No es muy complicado situar intelectual e ideológicamente a Josep Maria Fradera, que aunque se ha dedicado casi toda su vida académica a investigar sobre el Imperio español no se esfuerza especialmente en ocultar su pasión catalanista; que no hace desmerecer su obra, por lo demás, siempre que la tengamos presente. En La nación imperial. Derechos, representación y ciudadanía en los imperios de Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos (1750-1918), Fradera elabora la historia comparada de los cuatro grandes imperios atlánticos modernos –español, francés, inglés y norteamericano-, ofreciendo un marco común de funcionamiento y razonamiento para los cuatro, y a la vez sugiriendo algunas diferencias y la valoración de las mismas.

Fradera se centra en los imperios en los años de las revoluciones liberales, y ofrece un ensayo de calidad científica (y también literaria) explicando las relaciones coloniales de potencias en teoría y en las formas tan distantes. En el fondo, con diferencias circunstanciales, se trata de entender cómo estos países, liberales en un espacio metropolitano e incluso en evolución hacia la democracia, pudieron y quisieron mantener durante más de un siglo un doble modelo jurídico, relegando las colonias a ser gobernadas y a los coloniales a una posición jurídica inferior. En consecuencia, el mundo atlántico se diseñó como nosotros lo conocemos hoy, con un sistema de «dobles constituciones» y con una desigualdad jurídica de origen, en cuya resolución se habría de invertir el siguiente siglo y además quedaría en el código genético de esas sociedades.

España fue, si se quiere, el imperio más peculiar, y por buenas razones. Sobre todo, que España había sido un gran imperio mundial antes y más que ninguno de los otros, y tenía ya unos mecanismos propios de funcionamiento previos a cualquier liberalismo. Al perder la mayor parte de los viejos virreinatos, España dio por bueno el modelo liberal francés o británico, con una Constitución sólo metropolitana y unos derechos y leyes «especiales» para las colonias residuales y sus habitantes. No era la vieja tradición española, de multiplicidad jurídica, que sólo conservaron los territorios forales (y hasta hoy), ni era la vieja tendencia a la integración en igualdad en la Monarquía de todas las posesiones de ésta. Todo eso explica las distintas posiciones legales de los españoles, de sus descendientes, de sus esclavos, de sus libertos y de los indígenas.

Francia en esto pudo y quiso ahorrarse una buena dosis de problemas. Lo hizo porque, al perder su Guerra de los Siete Años y con ella el Canadá, vio reducida la extensión de su «primer imperio» a una expresión casi mínima, antillana o de pequeños territorios. No obstante, fue la Francia revolucionaria la que, como explica Fradera, elaboró un mecanismo liberal de gestión imperial, modelo después para otros y basado en la diferencia jurídica entre los territorios coloniales y los metropolitanos. Los franceses, prácticos, evitan la uniformidad legal en el imperio, de suerte que la metrópoli conserva la libertad de legislar de diferente forma y en diferente sentido para sus distintas posesiones según las circunstancias de éstas… ya que se entiende que lo principal es el bien último de Francia, y se actuará en consecuencia.

Gran Bretaña, por su parte, careció de una norma explícita vigente en todo el Imperio, pero en la práctica tendió a gobernar a su servicio y con criterio bastante práctico su enorme imperio victoriano, que había de ser una cuarta parte de las tierras emergidas en 1918. Cada espacio colonial o dominado tuvo su personalidad jurídica y a menudo diferentes niveles de autonomía y de derechos y deberes hacia la comunidad. Tuvieron muy claro, y no lo ocultaron, que no todos los súbditos británicos tenían derechos ciudadanos, y mientras que algunos sí podían alcanzarlos otros quedaban sine die excluidos de tal cosa… hasta que el siglo XX viviese a repartir de nuevo las cartas.

Lo más original e interesante es comprobar cómo, con distintos mecanismos legales y con distintas palabras, los grandes imperios liberal-democráticos tendieron a actuar de un modo similar, y a hacerlo negando a sus súbditos la condición de ciudadanos con todo lo que esto supone. Es aún más singular verlo hacer en Estados Unidos, «nación de hombres libres e iguales» que sin embargo ha mantenido la desigualdad jurídica, por diferentes conceptos, durante la mayor parte de su vida. Con Fradera nos damos cuenta, entre otras cosas, de que la voluntad del legislador no siempre es explícita y no siempre se refleja en la Carta Magna; a veces se exploran hacia el futuro diferentes soluciones, a veces se conservan fórmulas ya nacidas en el pasado, pero siempre –y es lo que aquí nos interesa ver explicado mejor- se da a los problemas de integración las mejores soluciones desde el punto de vista imperial, es decir, metropolitano, al menos mientras la fuerza de las posesiones o la debilidad de la metrópoli lleven a otra fase del proceso imperial.

Pascual Tamburri Bariain

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 2 de octubre de 2015, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/imperios-liberales-dejan-heridas-sangrantes-hasta-mismo-144426.htm