El marqués que quería hacer una revolución y escribía sonetos

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de octubre de 2015.

En una crisis surgen líderes alternativos. José Antonio se propuso pero para un cambio radical de valores. Y por eso fue primero manipulado y hasta hoy olvidado.

Javier R. Portella, El político que amaba la poesía. Y a su Princesa Roja. Selección de textos y presentación de Javier R. Portella. Introducción, por Javier R. Portella. Áltera, Madrid, 2015. 398 p.. 19,90 €. Ebook 4,99 €.

José Antonio Primo de Rivera es con toda probabilidad uno de los españoles más notables del siglo XX. En algunos momentos del mismo siglo fue uno de los más citados, y sin duda –algo más que notable- fue el más amado después de muerto, el símbolo de toda una generación que además no fue la suya sino la siguiente. Su desgracia en la historia ha sido hija de su anterior suerte: es hoy uno de los peor conocidos, de los más ignorados, y se ha terminado por convertir en símbolo de lo que no fue y de lo que nunca quiso ser. Aunque haya convenido a otros que lo haya parecido.

Para la generación de la ESO, y las que vienen después, José Antonio fue sólo el fundador de Falange Española y como tal uno de los líderes de la derecha radical española en lucha contra la República de 1931. En suma, un franquista. En el mejor de los casos, y sólo para los más estudiosos, el joven marqués de Estella fue hijo de don Miguel Primo de Rivera, el Dictador, el importador del fascismo a aquella España y el ideólogo principal del franquismo que vendría después. Pregunten ustedes, nuestros docentes no enseñan mucho más que eso. De hecho, muy a menudo no saben mucho más que eso, o ni siquiera eso.

Para la generación de las hoy bisabuelas y abuelas, José Antonio Primo de Rivera fue el símbolo de la juventud heroica, de la belleza asesinada. En parte por sí mismo y en parte por interés del franquismo –cuando menos del inicial- José Antonio fue referente más estético y propagandístico que ideológico de una Falange que se usó como cauce aparente del nuevo Estado tras una Unificación -1937- y una Victoria -1939- a la que las viejas derechas no tenían nada nuevo que aportar (como bien se preveía y mejor se vio después), a la que el noble Requeté sólo podía aportar la fuerza y nobleza de su hoy casi extinta masa rural y popular (ya que sus líderes no, aunque aún menos y peor han devenido después), y en la que los constructores de una Nueva España necesitaban a la vez algo moderno, permanente, digno y visible. Aún hoy hay damas de las mayores que lo lloran y lo adoraron, aunque muerto.

Pero el drama de José Antonio es que ni se le conoce hoy ni se le ha conocido bien antes. Mal conocido fue en la República, cuando para una inmensa mayoría fue o el hijo ambicioso y pijo del dictador, o el derechista violento y rencoroso, o el imitador del fascismo, o simplemente un jerezano fracasado y poco más. Más conocido pero peor fue en el franquismo, que primero rediseñó y su imagen a la vez que la potenciaba para usarla, y que lo enterró en El Escorial como símbolo de una promesa imperial dudosa (y de un martirio cierto, en cambio). Peor conocido fue cuando comenzó a convertirse en molesto para el mismo franquismo en su fase más materialista, bursátil y protoborbónica, y fue derivado al Valle de los Caídos para que no estorbase tanto. Y para la democracia actual es simplemente –valga la paradoja- un franquista, un hombre del pasado más lamentado.

Javier Ruiz Portella ofrece en Áltera algo diferente. Además de todos los José Antonios oficiales y oficiosos que han sido, queda uno desconocido, que sólo en parte emerge en sus escritos, y desde luego no del todo en sus Obras Completas, y que una adecuada lectura de lo que escribió, de lo que dijo, y de lo que nunca hasta ahora se había publicado, permite conocer. Eso es lo que nos ofrece Portella: no una alternativa a José Antonio sino una lectura honesta, correcta, también afectuosa, de un hombre que murió antes de ser lo que luego llegó a ser y que murió tres veces, una asesinado por sus enemigos políticos, otra manipulado por sus supuestos amigos políticos, y una tercera condenado por los que hoy, sencillamente, nada saben de él.

Leer «en directo» al fundador de Falange es darse cuenta de que hizo en su brevísima vida mucho más que sólo ese paso del 29 de octubre de 1933. Pudo ser y haber seguido siendo un jovencito superficial de la patética nobleza española de entonces, casarse con una grande de España y ser olvidado sin más. Pero la historia y su carácter se lo impidieron. Pudo ser un poeta, un amante, un esteta, y en buena medida lo fue; Portella nos lo muestra haciendo versos, y enamorado, y hay que decir que lo fue mucho más aún que lo que aquí se muestra. Pudo ser un caudillo fascista, pero seguramente no tenía ni la voluntad ni la madera para serlo de verdad, aunque hay un tramo entre no serlo y ser algo que fue mucho menos, un antifascista como lo han querido algunos deformados seguidores póstumos, a él, el admirador de Mussolini, el italófilo, el esteta clásico.

Y pudo ser un revolucionario. No nos imaginamos hoy a un líder político, tampoco de una fuerza juvenil y de moda, amando las artes y buscando una dimensión estética y ética antes que mercantil; pero José Antonio lo fue. No concebimos un hombre nacido en la vieja clase dominante y presentado a los Borbones y a los banqueros negándose a servir los proyectos y los intereses de todos ellos; pero José Antonio lo fue, y aquí lo vemos así. No entenderíamos hoy un caudillo a la vez católico y anticlerical, tradicional y antiburgués, revolucionario y anticomunista, amante de su familia y enamoradizo; pero José Antonio fue todo eso y mucho más, y Portella nos lo presenta así.

No es el tiempo de José Antonio; pero quizá nunca ha sido, porque no nació para ser ideólogo, ni pensador, ni organizador, ni tampoco golpista, ni práctico. Un gran amigo suyo, Ramón Serrano Súñer en muchos escritos y declaraciones, su hermana Pilar también de palabra y por escrito, y Felipe Ximénez de Sandoval en su Biografía Apasionada, han contado mucho de lo que el franquismo no contó, no supo o no quiso que se supiese; pero aquí lo que hace Javier Ruiz Portella es quizá mejor, porque da la palabra al mismo protagonista y nos lo enseña contra las derechas, con la belleza y en poses que causarán escándalo.

No fue, es verdad, un genio, ni tuvo muchas dotes que si adornaron por un lado a Ramiro Ledesma y por otro al mismo siempre mal entendido don Ramón Serrano Súñer. No fue Mussolini ni Hitler, pero tampoco ni Mosley ni Degrelle, aunque en muchas cosas estuviese cerca de ambos. Hubo muchas cosas que no fue. Otras que pudo ser y renunció por patriotismo o por dignidad a ser. Quizá pudo ser poeta, pero quedó en iniciador. Y ciertamente fue algo que todos los actuales cultivadores de la «memoria histórica» olvida, víctima del frente popular, y aún no he visto que como tal se le devuelvan los laureles, plazas y calles que por sí y no por el franquismo mereció. Portella inicia el camino de su rescate del olvido y de la mentira.

Pascual Tamburri Bariain

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 16 de octubre de 2015, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/marques-queria-hacer-revolucion-escribia-sonetos-144645.htm