España tenía una provincia más, los políticos la regalaron

Por Pascual Tamburri, 30 de octubre de 2015.

El Sahara Occidental fue España. Por intereses ocultos y económicos, tres generaciones de políticos han actuado contra el interés nacional. Marruecos ha comprado a todos, de 1975 a 2015.

España ha perdido este octubre tres militares y un helicóptero Super Puma del 802 escuadrón del Ejército del Aire, a 40 millas náuticas al suroeste de la ciudad que nuestros políticos y periodistas insisten en llamar Dakhla. Honor a los hombres que sirven a España, y deshonor a los que se someten servilmente a Marruecos. Y hace 40 años perdimos algo más. Aquello se llama en español Villa Cisneros, y de hecho, guste o no, España es aún la potencia administradora, incluso para Naciones Unidas, del Sahara Occidental. En 1975 se verificó un abandono cobarde de múltiples compromisos nacionales e internacionales. Ante el mundo y los saharauis, fue un perjurio cuyas consecuencias y vergüenza aún pagamos.

Hace cuarenta años el Sahara era una provincia de España y El Aaiún y Villa Cisneros ciudades tan españolas como Lugo o Cuenca, hasta con su Parador de Turismo. De hecho, sus diputados habían participado en algo tan importante como la proclamación de don Juan Carlos como príncipe y sucesor. Y aunque España había previsto conceder la independencia al territorio había prometido hacerlo respetando la voluntad, la libertad y los intereses de los saharauis, que nunca habían sido marroquíes.

Marcha Verde, marcha sucia

El 31 de octubre de 1975 Marruecos lanza la «Marcha Verde» para hacerse con el territorio, queriendo evitar la independencia y aprovechando la enfermedad de Franco. El Régimen duda y el Príncipe asume de hecho la Jefatura del Estado. El 1 de noviembre don Juan Carlos, en uniforme de general del Ejército de Tierra, visita el Sahara para tranquilizar a los militares –que han sido desplegados con medios suficientes para rechazar cualquier agresión marroquí, y que se consideran en condiciones incluso de lanzar una ofensiva mecanizada en caso de ataque- y para comprometerse a defender los derechos del pueblo saharaui. De nada sirvieron esa potencia ni ese compromiso. La potencia fue humillada, el compromiso era falaz, «je vous ai compris» al gusto de los grandes poderes mundiales.

El 14 de noviembre de 1975 se firmaron los acuerdos de Madrid entre España, Marruecos y Mauritania por los que España –la España ya en manos de don Juan Carlos y abocada en su mente y en otras a la Transición- cedía de facto la administración del territorio a los otros dos países firmantes, sin renunciar técnicamente a la soberanía –ya que la ONU había encomendado a España la descolonización- pero sin apoyar al pueblo saharaui.

Hasta la huida desaprobada por la ONU, promovida por algunos ministros franquistas bien pagados por Rabat y presidida por Juan Carlos I, los saharauis tenían DNI español, iban a la escuela española y cumplían su servicio militar, a la vez que miles de jóvenes del resto de España. Sin embargo, Marruecos siempre tuvo sus partidarios en el seno de la Administración española y desde 1975 en la misma Jefatura del Estado. Monárquicos convenientemente halagados, jerarcas franquistas bien seducidos, grandes empresarios magníficamente financiados: españoles muy notables como José Solís, «la sonrisa del Régimen», estaban dispuestos a apoyar la tesis anexionista de Rabat, contra la historia del Sahara, contra la voluntad de los saharauis, contra la decisión de la ONU y contra los mismos intereses de España.

Ocupantes ilegítimos, guerra que continúa

El 27 de febrero de 1976, el mismo día en el que abandonaban el territorio del Sahara Occidental los últimos funcionarios españoles, en Bir Lehelu el Frente Polisario proclamó la independencia de un nuevo Estado, la República Árabe Saharaui Democrática. El Gobierno español actúa al servicio de intereses que no conocemos, pero no es una novedad.

España permitió la ocupación militar y la anexión del Sahara Occidental por esos dos faros del progreso, nuestros hermanos de Marruecos y de Mauritania. Y ahora calla; aunque los saharauis nunca se han rendido, o no todos. Son esos cabo Belali, sargento Embarek, Laharitani, Sidahmed, Brahim, que suele recordar Arturo Pérez Reverte cuando llama vergüenza a lo que entonces sucedió.

El tardofranquismo embelesado en su sueño de Transición, democracia, Europa, progreso, riqueza y mandil, nos vendió aquella jugada miope con dos argumentos: se habría evitado una guerra (y no es cierto, porque la guerra estalló entre saharauis y ocupantes precisamente cuando el Gobierno hizo huir a nuestra gente) y se estaría poniendo una barrera al peligroso «comunismo» saharaui y argelino. ¿Qué barrera? La dictadura militar tribal de Nouakchott y la monarquía absoluta de derecho divino del Comendador de los Creyentes, y olé, entonces Sidi Hassán II y hoy Mohamed VI. El resultado fue una guerra que aún no ha terminado y un comunismo que nunca ha gobernado. Exteriores ha repetido demasiadas veces la versión marroquí o la que convenía a Marruecos, a cambio, sin más, que de nuevas dosis de humillación para España.

Mohamed VI no ha dado de su régimen teocrático la imagen de cambio y modernidad que se pretendía. Marruecos sigue siendo en el Sahara potencia ocupante sin legitimación internacional, y sigue sin cumplir, entre otras cosas, las resoluciones pendientes de la ONU. Marruecos ha vuelto, a pesar de la pretendida autonomía, a colocarse en una posición enfrentada a los intereses de España y de Argelia, aprovechando entre otras cosas las dificultades internas de los dos vecinos.

Francia, siempre, ha respaldado por su cuenta y también en la Unión Europea los intereses de Marruecos. Como en 2002 con Perejil, Francia está moralmente más cerca de Marruecos que de España y sigue considerando la Unión como un instrumento al servicio de la grandeur de la France.

También Estados Unidos se equivoca, a su manera. Marruecos trata de presentarse como un régimen estable y en proceso de modernización, una barrera frente a Al Qaeda, a ISIS y a todo integrismo. La tentación norteamericana es firmar un cheque en blanco a Rabat; pero será el peor de sus errores. El comendador de los creyentes no va a luchar contra devotos musulmanes por el hecho de serlo, así que el régimen alauí, con su opulencia y sus miserias, puede convertirse en cauce y no en barrera del integrismo en las fronteras de España. Los que no son y nunca han sido integristas son los saharauis. Sí fueron españoles, y España les debe aún algo, mande quien mande.

Pascual Tamburri

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 30 de octubre de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/espana-tenia-provincia-politicos-regalaron-144931.html