Por Pascual Tamburri, 27 de enero de 2017.
El hachís y la marihuana son drogas que matan, que crean enfermedades físicas y psíquicas incurables y que tienen un coste económico y social enorme para el Estado y sobre todo para el pueblo.
España es un país de contrastes. Contrastes regionales, como dicen los geógrafos. Pero, sobre todo, contrastes entre el «país real» y el «país legal»; se diga lo que se quiera, tan radicales y a veces absurdos en nuestra parte del país. Y con consecuencias gravísimas para el futuro de la nación, como es el caso de las drogas. Grandes intereses económicos e ideológicos fuerzan que Barcelona celebre del 6 al 12 de marzo una convención del The Arcview Group, a favor de la legalización del cannabis. Ada Colau ya ha indultado más de cien clubs de fumadores, algunos dedicados al contrabando. Y las cosas son aún más graves en el País Vasco y en Navarra.
Los hechos son los hechos: el Gobierno Vasco ha lanzado una Ley de Adicciones que permite, regula y en definitiva favorece el consumo de cannabis. Por una vez, el Gobierno nacional la ha recurrido ante el Tribunal Constitucional, pero como sabemos eso quiere decir muy poco. ¿Y por qué quiere el PNV que los vascos se droguen? Palabrería aparte, porque el cambio social que han favorecido durante décadas ha creado una sociedad de policonsumidores; es difícil estéticamente incluso separar el mundo abertzale del consumo de drogas. Y tenerlos contentos implica legalizar lo que hacen. No sólo ellos lo hacen, por cierto, porque el cambio social es mucho más amplio; pero a ellos les afecta mucho más.
En este asunto el punto de vista abertzale ha sido sucesivamente ambiguo, contradictorio e hipócrita. Pero siempre, por distintos medios, criminal.
ETA mató entre 1960 y 2009 al menos a 32 personas diciendo que se dedicaban al tráfico de drogas. Los terroristas atentaron con bombas contra locales de ocio juvenil, como el pub El Huerto de San Sebastián en 1980, la discoteca Txitxarro, en Guipúzcoa en 2000, la sala Universal, en Lacunza en 2001, o la discoteca Bordatxo, en Santesteban en 2005. ¿Eran los criminales abertzales la defensa de la sociedad contra las drogas?
Todo lo contrario. Sus simpatizantes y afiliados son con enorme frecuencia consumidores múltiples y son animados a serlo. Sus terroristas son consumidores, valga por todos el criminal “Txeroki” que antes de decidir y ordenar un asesinato se fumaba un porro. Como muchos. Y su banda -es materia demostrada y juzgada- ha tenido décadas de relaciones con las FRAC colombianas, que de drogas algo saben. Así que no se trató de una cruzada de los abertzales contra las drogas, como a veces se presentó para justificar crímenes, sino de la preferencia por ciertos estilos, ciertos consumos y ciertos distribuidores frente a otros. Quien tenga alguna duda, tiene muchos locales juveniles de ese submundo para comprobarlo. Y no tan juveniles.
El hachís -el de Txeroki y el de cualquiera- es una droga, una droga muy peligrosa, que mata, que crea enfermedades físicas y psíquicas incurables y que, en definitiva, tiene un coste económico y social enorme para el Estado y sobre todo para el pueblo español. Es, además, un foco de ilegalidad capilar, que llega hasta cada aula y cada centro de trabajo, que permite la creación de redes de delincuentes. Eso les gusta. En el caso del hachís, añadiéndose al resto de problemas creados por la marihuana, y por si fuese poco, es un gran negocio internacional de nuestro gran rival geoestratégico, Marruecos, que financia con la corrupción de nuestra sociedad las debilidades de la suya. Un gran negocio a largo plazo.
Hasta aquí, los hechos. Sin embargo, en la sociedad está ampliamente difundida la idea de que las drogas «blandas» son inocuas, y comentarios necios tan habituales como «el tabaco es peor» o «el alcohol mata más gente». La ignorancia es lamentable en el pueblo, pero es denunciable en los formadores de la opinión pública; pues bien, esos lugares comunes tan peligrosos, que fomentan y toleran el consumo de drogas, son tópicos progresistas en toda España y en gran medida nacionalistas y de la extrema izquierda entre nosotros. En general, es la izquierda la responsable de cuanto sucede, es la izquierda la que reblandeció unas normas penales ya de por sí laxas, es la izquierda -no lo olvidemos, porque hay fotografías- la que ha fumado porros en las Cortes. El progresismo -en todas sus siglas- está llamado a responder de este cáncer social. El centrito, por su parte, peca sólo y nada menos, como en muchas otras cosas, de sumisión total a la norma social progresista que otros crean.
Da igual si gobierna el centro derecha o no. Aunque los institucionalmente progres no manden, el PP ha demostrado en esto no quererse alejar nada del PSOE, o si acaso adelantarlo en “tolerancia”. ¡Corcuera al lado de según quien queda como un peligroso reaccionario! Hoy se sabe, tanto como hace unas décadas y con menos excusas, que el hachís hiere y la marihuana atonta; y que no son malos por ser ilegales, sino que deben ser tan ilegales como cualquier droga, porque matan. Es insólito que los mismos que son talibanes contra el tabaco y -cosa culturalmente necia- contra el alcohol, sean defensores de estas formas de adicción malas sin paliativos. Que tienen la ventaja de mantener ocupadas y satisfechas a partes de la juventud. ¿Querría la izquierda batasuna llevar a sus gaztetxes las normas de su por lo demás admirada Unión Soviética?
Pascual Tamburri Bariain
La tribuna del país vasco, 27 de enero de 2017.
https://latribunadelpaisvasco.com/not/5966/hachis-y-marihuana-problemas-urgentes-de-vascos-y-navarros/