Cuando el pasado mes de octubre en estas mismas páginas leía el obituario que Pascual Tamburri dedicaba a Javier Nagore Yárnoz no me podía imaginar que antes de seis meses íbamos a tener que llorar su pérdida. De una forma inesperada y sin avisar se nos ha ido joven, como su admirado Ángel María Pascual, y lo ha hecho cuando tanto esperábamos de él y tanto tenía que dar a esta sociedad que tan necesitada está de cabezas bien amuebladas como la suya. Porque Pascual Tamburri era un intelectual: doctor en Historia Medieval por el Real Colegio de España de Bolonia (un “bolonio” en la primera acepción del DRAE), licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas. Y era un políglota pues, además del español y del italiano paterno, hablaba francés, inglés y alemán, así como el latín y el griego clásicos. Y, Pascual, además de ser leal a la Navarra española y foral, era un europeísta convencido que ha muerto lejos de su querida Olite, en Estrasburgo, en esa no menos bella ciudad que después de ser disputada durante siglos por franceses y alemanes se ha convertido en la piedra angular de la construcción del continente unificado y hoy es la capital de la Europa comunitaria.
Aunque este año ejercía en la capital alsaciana, su plaza de profesor, por oposición, estaba en el IES de Marcilla y, a pesar de su juventud, por él habían pasado ya muchas promociones de alumnos, con las se desvivió para que tuvieran la mejor formación y para que lograran tener un espíritu crítico; en definitiva, como él repetía, para que “no fueran víctimas de la Logse”. Ahora, con motivo de su muerte, algunos de esos discípulos han dicho de él en el digital de este periódico cosas como estas: «quizás de las personas más influyentes en la educación de los que hemos tenido la suerte de contar con él como referente» o es «la pérdida de un ser siempre discutido por defender una ideas siempre crucificadas … Seguro, sabio y consecuente … Los que te conocimos siempre penaremos tu precoz ausencia alabando tu eterna y nutrida sabiduría; dichosa la vida del que siempre se esforzó … Gracias por tanto y tan bueno, PROFESOR. Mi bachillerato siempre llevará tu nombre».
Efectivamente, Pascual era un hombre con unas convicciones políticas muy claras y muy firmes en la defensa de Navarra y de España y, en los partidos en los que militó, en UPN-PP, primero, y en el PP, después, sus diagnósticos sobre la situación eran certeros y agudos, y siempre con un toque de ironía, que en muchos casos no gustaban a los dirigentes de turno. Pero, a pesar de ello, jamás cejó en el combate frente al nacionalismo vasco, tanto al violento como al otro, ése que se manifiesta de una manera más sutil y disimulada, y, en los años del plomo, cuando ETA mataba a concejales, se presentó voluntario para ser candidato al Ayuntamiento de Alsasua. Su firme posición le valió que en muchas ocasiones fuera objeto de ataques furibundos en los medios de comunicación nacionalistas que, además de ponerlo en la diana de los terroristas, lo calificaron como un «intelectual de la reacción navarrista». Sí, Pascual siempre estuvo al lado de las víctimas del terrorismo y de sus amigos de Leiza: de Silvestre, Pello, …
Trabajador infatigable, además de la docencia, que era su profesión, y de atender el negocio agrícola familiar y de estar involucrado en la actividad asociativa del sector, fue un articulista notable y escribió decenas de recensiones sobre libros de temática variada. Nunca rehuyó los desafíos intelectuales que otros interpusieron en su camino y siempre dijo con claridad lo que pensaba, aunque ello le privara en ocasiones del aplauso fácil y de puestos, que iban para otros más mediocres pero, eso sí, más maleables.
Católico, con espiritualidad ignaciana, luchó contra las tendencias políticas y culturales de la Modernidad y jamás admitió esos partidos que emplean la palabra “cristiano” como una forma de alcanzar las poltronas.
Y, además de todo eso, Pascual, que era reservista voluntario y fue el promotor de los “Diálogos en Pamplona”, era un hombre modesto, de trato delicado y sensible con cualquiera, y, a pesar de las adversidades, nunca se quejaba y siempre estaba esperanzado. Era un compañero y amigo leal que siempre estaba a tu lado tanto en los buenos como en los malos momentos. Y, por eso, hoy muchos lloramos su prematura muerte y nuestro dolor, como él escribió en el obituario de Nagore, «lo debemos más a lo que Navarra y España pierden con él». Por eso somos muchos los que hoy le decimos: Pascual, amigo, ¡descansa en paz! ¡Te vanos a echar mucho de menos!
José Ignacio Palacios Zuasti
Publicado en Diario de Navarra el 6 de abril de 2017