El Gobierno reabre la Guerra Civil

Por Pascual Tamburri Bariain, 17 de marzo de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.

El PSOE gobierna desde hace un año sin tener programa ni haber hecho nada por los españoles, y para silenciar críticas y desvía las miradas a Franco y a Carrillo. ¿»Malos» y «buenos»?

Paz, piedad, perdón. No son sólo píos deseos: fueron la última voluntad política de un hombre polémico, Manuel Azaña, presidente de media España contra la otra media en la peor guerra civil de nuestra historia. Nunca se había derramado tanta sangre entre hermanos, y nunca fue tan grande la voluntad de reconciliación.

A mediados de marzo de 2005, cuando la inmensa mayoría de los españoles sabe de la guerra de 1936 sólo lo que ha oído contar y lo que ha leído, se ha celebrado en Madrid un homenaje al último protagonista superviviente del conflicto. Lo adelantó Elsemanaldigital.com (http://www.elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=27281): Santiago Carrillo celebró sus 90 años en un céntrico hotel de la capital, rodeado de políticos en activo. No es un homenaje al pasado, sino un intento de volver atrás en el tiempo.

No por casualidad, mientras Zapatero y Peces-Barba hablaban ante Carrillo de «buenos» y «malos» ante la complacencia de la extrema izquierda y la sonrisa de los náufragos del centroderecha de la Transición, el Gobierno mandaba retirar con nocturnidad la última estatua de Francisco Franco en el centro de Madrid. El PSOE gobierna desde hace un año sin tener programa ni haber hecho nada por los españoles, y para silenciar críticas y desviar miradas reabre la guerra civil.

También Su Majestad el Rey se adhirió al homenaje a Santiago Carrillo, seguramente en recuerdo de su contribución a la instauración democrática. Pero Juan Carlos I sabe muy bien que, si la democracia española puede deber algo a Carrillo, la actual monarquía debe todo a Franco. Retirar la estatua y participar en el homenaje no es un gesto ni de concordia ni de coherencia.

Víctor Manuel, Rosa León y Fernando Jáuregui, los «intelectuales» que unieron con su presencia los dos acontecimientos opuestos de la noche madrileña, están satisfechos. También lo están los ministros del PSOE, aunque no terminan de ponerse de acuerdo sobre las razones de la retirada. López Aguilar, Caldera, Magdalena Álvarez y el mismo zapatero se felicitan por haber retirado «los últimos vestigios de un periodo de dictadura», y no se avergüenzan de coincidir con las peticiones de los separatistas de ERC sobre el cierre del valle de los Caídos o las de los abertzales de Aralar sobre la retirada póstuma de todos los homenajes concedidos por Navarra a Franco.

La mayoría de los españoles se pregunta por el sentido de este proceso. Con Eduardo Zaplana, cabe señalar que el Gobierno de España está hoy en manos de un puñado de radicales que rescribe la historia a su gusto. Y el director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, considera que «todo lo que sea eliminar esa memoria es negativo para el conocimiento y la comprensión del presente». Seguramente «el pasado no puede ser manipulado según los caprichos e intereses del presente».

«La historia es la historia». Lo dijo ya José María Álvarez del Manzano cuando era alcalde de la Villa y Corte, al negarse a retirar esta misma estatua. El PP no es heredero del dolor pasado ni necesita vivir políticamente de él. Tal vez por eso se identifica mejor con lo que hoy piensan los españoles: eliminar los símbolos de cualquier periodo precedente de las calles y monumentos es «borrar 40 años de historia». O reescribirlos. Una decisión arriesgada, porque muchos recuerdan que durante la guerra civil hubo sangre en los dos bandos. Y precisamente Carrillo participó en la matanza de miles de personas, especialmente en Paracuellos del Jarama. Los socialistas anteriores a Zapatero, como González, evitaban en lo posible a Carrillo. Lo peor de politizar el pasado es que todos tenemos un pasado. Mejor, como diría Azaña, paz, piedad, perdón.

Por Pascual Tamburri Bariain, 17 de marzo de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.