Gallardón a la deriva

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de mayo de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.

Alberto Ruiz Gallardón pasa por ser uno de los mejores cerebros de la política española. Es, sin duda, uno de los hombres públicos actuales más inteligentes, objetivamente más capaces, y también sin duda uno de los más ambiciosos. Tal vez el más ambicioso, y el más incomprensible.

Es insólito que un político en activo, con un cargo de gran prestigio y responsabilidad como es la alcaldía de Madrid, convoque una rueda de prensa para dirimir no se sabe bien qué disputas internas, y además para hacerlo, como hizo ayer Gallardón, creando aún más confusión de la que supuestamente pretendía corregir. Sobre todo, en el caso de un hombre tan preparado como éste, es difícil explicarse qué pretende conseguir.

Realmente nadie dudaba ya de su distancia personal respecto a Esperanza Aguirre. Son dos talantes, dos maneras de entender las cosas, dos trayectorias y también dos proyecciones. Esto ya lo sabíamos; pero algunos pensábamos que Aguirre y Gallardón, con todas sus diferencias, estaban en el mismo partido, y que compartían un proyecto político bajo las alas de la gaviota de la calle Génova.

Las declaraciones de ayer de Gallardón, el simple hecho de que haya caído en la tentación de hacerlas, rompen muchas barreras. El alcalde de Madrid ha sentido la necesidad de excusar su alejamiento y su deslealtad de las siglas que le han amparado durante su vida política. Nadie le había pedido esas excusas, pero ahora nadie duda que se ha colocado en las afueras del PP. Tal vez, como dice, no sea hombre fácil de manipular. Pero quien lo conoce dice que tiene un solo punto débil, precisamente en la soberbia intelectual.

Alberto Ruiz Gallardón es tan bueno y ha hecho tantas cosas buenas que ha olvidado que incluso él es mortal y falible. Y no es el primer político de raza y de valía al que vemos tropezar en la misma piedra.

Hace ya muchos años, cuando Gallardón ocupó su primer cargo relevante, en la vieja AP, lo hizo a un lado de un don Manuel Fraga que aún hoy lo aprecia mucho. Al otro lado del entonces presidente popular estaba Jorge Verstrynge, otra gran promesa, otra grandísima cabeza y, ay, otra gran soberbia. Verstrynge fue sustituido por Gallardón porque el primero no supo ser hombre de partido, de sigla, de lealtades, porque quiso correr demasiado y porque prefirió el aplauso políticamente correcto de la izquierda antes que el trabajo pausado. Ya hemos visto en que ha parado Jorge. No me gustaría creer que Alberto haya dado, ayer, un paso en parecida dirección. A la deriva.

Por Antonio Martín Beaumont y Pascual Tamburri Bariain

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de mayo de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.