La ciencia deja al desnudo las mentiras ecológicas de la progresía

Por Pascual Tamburri Bariain, 5 de marzo de 2009.

¿Y si el cambio climático no es ni malo ni culpa nuestra, el medio natural no existe ya, los biocombustibles son una estafa y la agricultura ecológica una ruina?

Francisco García Olmedo El ingenio y el hambre. De la revolución agrícola a la transgénica. Crítica, Barcelona, 2009. 288 pp. 22,50 €


¿Y si el cambio climático no es ni malo ni culpa nuestra, el medio natural no existe ya, los biocombustibles son una estafa y la agricultura ecológica una ruina?

Comer es una de esas cosas que la humanidad nunca ha dejado de hacer, ni puede dejar de hacer sin desaparecer. Al margen de ideas políticas los seres humanos necesitan proveerse de alimentos, para sí y para los suyos, y a ser posible con abundancia y seguridad. En un libro único en su género Francisco García Olmedo, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Madrid, rompe con muchos lugares comunes y ofrece pistas para cambiar nuestra visión de la agricultura, de la ganadería y, en general, de nuestra relación con la alimentación.

Pero el primer tópico liquidado por García Olmedo se refiere a sí mismo. Los científicos a menudo y los técnicos casi siempre despiertan temor entre los lectores de sus obras de divulgación. Un catedrático de ciencias experimentales es visto como una casi segura fuente de erudito aburrimiento para los legos en su materia. Y no es este el caso: García Olmedo despliega su visión de la historia de la agricultura con una demostración más que amplia de su dominio de la materia a la que ha dedicado su vida, pero lo hace a través de una prosa correctísima. El libro trasluce amor por el conocimiento que transmite, pasión por las ideas que defiende y una amplia cultura que evita alardes bibliográficos y minucias técnicas que no interesarían aquí.

¿Por qué no somos ya hombres de las cavernas?

Sabemos los historiadores y saben los agrónomos que durante la mayor parte de la vida del hombre sobre la Tierra éste no ha sido capaz de producir sus alimentos. Nuestros antepasados más remotos eran cazadores y recolectores, y lo habrían seguido siendo de no adquirir conocimientos técnicos imprescindibles para la agricultura y la ganadería; estas actividades no habrían nacido de no haberse visto amenazada la supervivencia de los hombres por cambios en el medio ambiente que hicieron imposibles sus anteriores modos de vida. García Olmedo recuerda que lo específicamente humano es por definición artificial, es decir que el hombre por ser hombre usa y modifica la naturaleza. Lo «natural» no deja de ser un mito, y curiosamente un mito que nace y florece entre urbanitas como Juan Jacobo Rousseau. Lo «natural», entendido como prehumano, no es humano, y ciertamente no es moralmente superior a lo humano. Nuestros antepasados lo tuvieron claro.

García Olmedo explica como toda población humana puede considerarse en superpoblación si los recursos de los que dispone, provenientes del espacio que controla, no bastan para garantizar su calidad de vida, o incluso su vida. El clima –que condiciona la vida de vegetales, animales y humanos- es por definición variable, y tenemos ahora mismo acceso a registros fiables de las mutaciones climáticas en eras precedentes. Nuestros antepasados, en determinados momentos, tuvieron que cambiar de hábitat o que adaptarse técnicamente a nuevas circunstancias; ha habido calentamientos y enfriamientos bruscos que han cambiado la faz del mundo, y está en la naturaleza del mundo que esto siga siendo así. El catedrático de Zaragoza César Dopazo ha dicho que se trata hoy de gestionar lo inevitable para evitar lo ingestionable mañana: quizás el problema haya sido siempre el mismo. García Olmedo da la vuelta así al razonamiento materialista de Gordon Childe, y explica la llamada «revolución neolítica» en términos de adaptación a nuevas circunstancias, más difíciles que las anteriores.

Desde el Neolítico el hombre adapta a sus necesidades espacios cada vez más amplios y domestica, modificándolas sin posible involución, determinadas especies vegetales y animales. No hay pues un «mundo natural» que sólo espera nuestra retirada para reaparecer, ya que el clima ha cambiado y sobre todo los humanos hemos introducido cambios genéticos al escoger unas determinadas variantes de las especies que nos son útiles y al rechazar otras. Ya no consumimos casi plantas silvestres como alimentos, y las plantas empleadas en agricultura ya no pueden ser consideradas «naturales»: son genéticamente el fruto «artificial» de miles de años de acción humana, y esto, lejos de ser bueno o malo, es un dato.

Una perspectiva amplia

En García Olmedo se aprecia una riqueza de intereses y de lecturas que va mucho más allá de la especialidad de su cátedra. Desde la arqueología a la historia de las religiones, desde los profundos análisis de Mircea Eliade hasta la osadía de Marvin Harris, nuestro autor es a la vez antropólogo, historiador y economista además de experto en agricultura. Cada comunidad humana, cada civilización, ha partido de una herencia agrícola y ganadera, y ha creado nuevas formas de gestión del espacio, siempre con la necesidad de evitar la superpoblación o, lo que es lo mismo, del hambre. García Olmedo sitúa así a Malthus en su justo contexto, lejos de la execración y de la veneración: es evidente que los recursos son limitados, de lo que se trata es de evitar asimetrías entre nuestro nivel tecnológico y la demanda de nuestra comunidad en cantidad y calidad.

Fritz Haber, por ejemplo, un patriota alemán judío y un químico de vanguardia, cambió en el siglo XX la faz del mundo, al sintetizar artificialmente el amoniaco –proporcionando tanto abonos como explosivos en cantidades impensables poco antes- y al desarrollar nuevos plaguicidas –útiles como insecticidas pero también como gases letales. ¿Fue un malvado? Quizás fue sólo un hombre más en una larga cadena que se remontaría hasta el primer agricultor que eligió unos granos y no otros. Por la misma razón Henry Agard Wallace, un muy izquierdista vicepresidente de Estados Unidos, hizo posible que Estados Unidos primero y Europa después triplicasen su producción de alimentos con la hibridación. ¿Se habría usado en su tiempo la ingeniería genética? No cabe duda de que sí, porque no deja de ser una aceleración de un proceso que nuestros antecesores emprendieron cuando tuvieron que elegir si morir al cambiar el mundo tras la última glaciación o si cambiar de vida para seguir viviendo.

Por esa misma razón García Olmedo pone en discusión algunas ideas políticamente correctas muy vivas hoy en día. La llamada agricultura ecológica no consiste sino en utilizar mecanismo de cultivo tecnológicamente atrasados. Es cierto que hay prácticas que con el paso del tiempo se han demostrado peligrosas, pero por esa misma razón han sido abandonadas. Renunciar a lo moderno por el hecho de ser moderno no es más que un capricho ideológico (transversal a izquierdas y a derechas), tanto como lo fueron los prejuicios antigenéticos de Stalin y de Lysenko, que significaron hambre para decenas de millones de soviéticos durante décadas y que aún lastran el camino de Rusia. Lo «natural», además, nunca lo es realmente, siendo una forma inferior de manipulación humana que además, de extenderse sinceramente, significaría el hambre para más de media humanidad. Por la misma razón la agricultura podría ser abandonada totalmente, pero el regreso a la tecnología paleolítica dividiría por mil la población del mundo sin por ello hacer volver la «naturaleza» prehumana. Esto ya lo explicó el darwinista Colin Tudge, que explicó que «independientemente de lo dura que pueda llegar a resultar la actividad agrícola, una vez que llega a realizarse a gran escala no hay posibilidad de marcha atrás». Y lo mismo sucede con todos los grandes cambios agrícolas y ganaderos.

Nuestra agricultura es capaz de alimentarnos, y lo será aún más en el futuro siempre que la ideología y la propaganda política no prevalezcan sobre los hechos. Producir biocombustibles es costoso incluso en términos de energía, no puede garantizar el nivel actual de consumo de combustibles y condena además al hambre a cientos de millones de seres humanos. La intervención del ideólogo en la agricultura raramente logra una mayor eficiencia. Obviamente el agricultor y el ganadero tienen más funciones que la producción de alimentos, como puede ser la ocupación del espacio ya que éste no puede ser abandonado a la ligera tras miles de años de humanización; Europa en particular, ya que España no tiene ya una política agraria propia, tiene que considerar todos estos factores, y no hacerlos supondría colocar a nuestros hijos en peores condiciones que las que nosotros recibimos de nuestros abuelos.

Con todo esto es imposible no recomendar la lectura del libro de García Olmedo. En pocos meses los españoles vamos a votar nuestros representantes en Bruselas, y una serie de grandes decisiones de la Unión se han tomado por personas que no tenían la información que este libro ofrece, al margen de la interpretación que se le dé. Se ha llevado a las instituciones un debate sobre los transgénicos en el que se han desplegado pocos conocimientos agrarios o científicos, y en el que en cambio se ha callado escandalosamente sobre el control de las patentes biotécnicas, y por lo tanto del futuro de nuestros alimentos, por muy determinadas empresas. Leer este libro nos dará una opinión más fundada sobre el futuro de nuestra tierra y, con seguridad, proporcionará excelentes momentos a los amantes de la buena prosa española. En el fondo y en la forma, altamente recomendable.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 5 de marzo de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/ciencia-deja-desnudo-mentiras-ecologicas-progresia-93728.htm