¿Vale la pena defender la democracia perdiendo libertad?

Por Pascual Tamburri Bariain, 8 de abril de 2011.

Desde el 11 S, y más desde el 11 M, las democracias recurren a todo para defender la democracia. Pero algunos países suprimen libertades individuales: un precio demasiado alto.

John Kampfner, Libertad en venta ¿Por qué vendemos democracia a cambio de seguridad?. Traducción de María Enguix Tercero. Introducción y edición de Lluís Bassets. Ariel, Barcelona, 2011. 374 pp. 22,90 €


Ilsen About y Vincent Denis, Historia de la identificación de las personas. Traducción de Ana Herrera Ferrer. Ariel Historia, Barcelona, 2011. 160 pp. 21 €

La tradición democrática occidental, y más específicamente la anglosajona desde la Carta Magna, el Bill of Rights, Benjamin Franklin y John Stuart Mill, se basa en la subsidiariedad. Los derechos y libertades individuales son la base de la convivencia, lo que debe justificarse es su limitación, o su gestión por el Estado, y no lo contrario. Francia marcó una línea distinta, pero especialmente desde la Segunda Guerra Mundial Occidente tiende a identificar –al menos en algunas de sus líneas principales de pensamiento- libertades y democracia (y las primeras se ven como un derecho natural y originario, mientras que la segunda es sólo una forma de gestión de la vida pública relativamente reciente).

El siglo XX en general, y los conflictos y atentados terroristas de la última década, han forzado un nuevo planteamiento de las cosas. Muchos Gobiernos han considerado que la seguridad material era prioritaria, y que merecía la pena, para salvarla y salvar las instituciones democráticas, limitar en cierto modo las libertades individuales y colectivas. No es nada excepcional en la historia, pero sí lo es en el mundo post totalitario.

John Kampfner rompe en este libro con muchos tabúes de la corrección política y analiza las progresivas limitaciones de la libertad, con la justificación de la seguridad, como una progresiva liquidación, a la vez, de la libertad y de la misma democracia. En Asia, Singapur primero como país filooccidental (y formalmente democrático) y China después como variante desarrollista y capitalista del marxismo más duro, llegaron a una conclusión: era posible que la casta gobernante obtuviese un poder amplísimo (limitando las libertades reales de los ciudadanos) a cambio de garantizar la seguridad y la prosperidad material, la riqueza, los dos grandes mitos colectivos de la sociedad postmoderna.

Kampfner plantea esta progresiva devaluación de las libertades como un modelo político y social de origen precisamente oriental, que los países de cultura europea han importado par gestionar las dificultades de los últimos tiempos. Quien acepte la situación existente y el dominio de los poderosos en política, cultura y economía obtiene a cambio seguridad y la posibilidad de participar de algo de la riqueza (de ahí la confusión entre libertades y libertad económica… como sí China fuese un modelo). Quien pide las viejas libertades occidentales, algunas de las cuales se remontan a Grecia, a Roma y al mundo medieval, corre el riesgo de ser excluido de la nueva convivencia: queda una democracia formal, pero la democracia real se ha puesto en venta.

El modelo no ha triunfado aún del todo, pero está en vías de hacerlo. También hay movimientos y personas que resisten. Y la vieja limitación izquierdas/derechas no sirve para comprender la nueva batalla. ¿Nueva? No lo es tanto en realidad: desde hace mucho, y desde luego durante toda la época contemporánea, se viene arrastrando un debate sobre, identificando las personas en nombre de la seguridad colectiva, es legítimo limitar su libertad. Una polémica destinada a continuar.

Identificar, controlar… ¿vigilar?

Desde 2011 y antes nuestros países viven sucesivas polémicas cobre los mecanismos de control de las personas. Gran Bretaña, el país con más cámaras de vigilancia en espacios públicos, debate qué hacer con ellas. Y David Cameron va a cumplir su promesa de volver a la vieja tradición británica de que no exista un documento de identidad obligatorio: cada uno será quien diga ser, excepto para los pemisos de conducir y los pasaportes.

No es sin embargo un asunto nuevo. Ilsen About y Vincent Denis han presentando, con un estilo muy francés, y con un enfoque bastante francocéntrico, una historia de las distintas maneras de regular la identificación personal. A lo largo de la historia ser identificado ha sido alternativa o simultáneamente una cuestión de escarnio (las marcas de los esclavos, los judíos y oras minorías sospechosas), de negocio (las señales gremiales) o de prestigio (sellos, heráldica, vestimenta).

Desde las revoluciones liberales, curiosamente, es el Estado el que va a sumiendo la tarea de identificar a sus ciudadanos. Y éstos, en distintos momentos, han aceptado por razones de seguridad, esa imposición, pero en otros la han visto como una humillación o como una negación de las libertades. Es una historia interesante, pero hay algo que lo es más aún: entender que ese debate sigue abierto, y que entre la aparente libertad estadounidense y el control estricto de origen totalitario, son muchas las posibilidades. En realidad, además, las nuevas tecnologías y múltiples disciplinas recientes o no permiten un control más estricto y menos perceptible que nunca.

La cuestión es ya otra: ¿es esa identificación universal y exhaustiva compatible con la libertad? ¿Y con qué libertad?

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 8 de abril de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/vale-pena-defender-democracia-perdiendo-libertad-113805.htm