La mentira más famosa de todos los tiempos, en provecho del Papa

Por Pascual Tamburri Bariain, 14 de enero de 2012.

El totalitarismo anticristiano nace de un error clerical. Aún pagamos la mentira contra el Imperio. Lo que no legitima la difamación de la Iglesia: obliga a defenderla de los progres.

Lorenzo Valla, Refutación de la donación de Constantino. Edición de Antoni Biosca y Francisco Sevillano. Traducción de Antoni Biosca. Akal – Clásicos Latinos Medievales y Renacentistas, Madrid, 2011. 144 pp. 20,00 €


José Carlos Martín de la Hoz, Historia y leyendas de la Iglesia. Homo Legens – Intereconomía, Madrid, 2011. 264 pp. 19,00 €

Olvidamos casi todos muy a menudo que la Iglesia, Santa o no (según lo que cada uno crea), está compuesta por mortales, por ende pecadores y sujetos de obras perfectibles. Y a veces incluso horrendas o al menos escandalosas. Para bien y para mal, como en toda comunidad en todo o en parte humana, así son las cosas. Recuerden los defensores de la Iglesia que tener presentes los errores y pecados pretéritos o presentes de clérigos y laicos no supone siempre una ofensa a la Iglesia, sino a menudo la mejor defensa de la fe. Y recuerden los enemigos de ésta que tales errores y pecados no restan legitimidad a la Iglesia como tal.

Confundir las equivocaciones de los hombres de Iglesia con la perfidia de ésta es un error muy antiguo, renovado intensamente en la época contemporánea y masiva pero burdamente por los progres de nuestro tiempo. También es constante el error de muchos que se pretenden defensores de la Iglesia dando por bueno todo lo que en nombre de ella se ha hecho y dicho a lo largo de los siglos, desesperante intento clerical hoy y ayer, güelfo anteayer en Europa, que ha servido de arma y sustento a los verdaderos enemigos de Iglesia de Cristo. Cierto que no es fácil mantener el equilibrio y menos expresarlo con los argumentos adecuados, y nunca lo fue.

No se puede dar lo que no se tiene…

La mentira más utilizada a lo largo de los siglos por el clero, a sabiendas a menudo de su falacia, ha sido -¡y a veces aún es!- la llamada «donación de Constantino«, documento por el que pretendidamente el emperador habría donado al Papa amplísimos poderes políticos sobre la parte occidental del Imperio, de hecho el ejercicio de la auctoritas imperial y por tanto la unión en él del poder espiritual y del político. El documento, que constituyó el fundamento jurídico y doctrinal de la pretensión güelfo-papista de controlar desde la sede romana el Occidente medieval, es manifiestamente una falsificación, y por tal fue tenido por los enemigos de semejante proyecto; y por ello fueron descalificados como enemigos de la Iglesia, cuando lo eran sólo del clericalismo y de sus consecuencias. Al final, píos cristianos que defendieron la verdad fueron a menudo excomulgados, y los defensores de la falsedad enaltecidos. Quizá sólo eso explique que incluso hoy Luis IX de Francia sea santo y el emperador Federico I, igualmente muerto en cruzada, no. Pero quien quiera saber los detalles de esa historia ha de leer aún a Franco Cardini.

La novedad que edita ahora Akal en castellano es el texto íntegro de la pretendida Donación, publicado junto a la refutación que Lorenzo Valla escribió en Italia en el siglo XV. Y el libro de Valla merece ser leído –en español por los que no somos capaces de apreciar todos los días su clasicísimo latín- por sus implicaciones intelectuales y políticas actuales.

Intelectualmente, lo novedoso en su momento de Lorenzo Valla fue la plena y católica confianza en la razón humana. La Donación había sido hasta entonces defendida y creída con meros argumentos de autoridad, y había sido rechazada desde una intuición correcta pero no debidamente argumentada. El de Valla es un modelo de análisis y gestión de un texto histórico. Formalmente, se explica y argumenta por qué ni el idioma ni el soporte del documento podían ser de ninguna manera de época constantiniana. Doctrinalmente, se enumeran y explican todas las incoherencias históricas y culturales dadas por buenas por los redactores medievales. Jurídica e institucionalmente, se recurre a la propia doctrina católica y al Derecho romano para explicar que ni Constantino tenía tales pretendidos poderes, ni aunque los hubiese tenido habría podido darlos porque su autoridad era absoluta, es decir universal, pero no omnímoda. Esta Refutación es una verdadera obra de arte humanista, una aplicación a la política tanto de los saberes renacentistas en artes y letras como del racionalismo cristiano, revelando una clara formación tomista del universitario Valla.

Políticamente, lo que Valla aporta es aún más rico. De la experiencia de unir todos los poderes en un solo punto surge en la época moderna el Estado, en su versión totalitaria, que realmente no cabe ni en el Derecho romano ni en la tradición política imperial. Salvo que uno se crea de verdad la Donación constantiniana. En el siglo XX, y basándose en una metáfora aparecida en la primera época Tudor, el siempre deslumbrante Ernst Kantorowicz desarrolló su explicación de «los dos cuerpos del rey«, la idea de que el soberano en la tradición política europea no tiene sólo una dimensión física y mortal, sino también un cuerpo «político», invisible, incorruptible, que reúne lo que de permanente hay en la soberanía. Y eso sin invadir la dimensión de lo espiritual y trascendente, que es la del clero, unida a la política pero a la vez claramente distinguida de ella. Con este análisis de lo político durante los siglos y milenios de plena autonomía intelectual e ideológica de Europa, Kantorowicz rescató gran parte de la tradición gibelina –bien, cierto, siempre compartida por «güelfos de parte blanca», como Dante Alighieri– ya intuida por él mismo en su juvenil Federico II: la confusión entre poderes –»cuerpos»- favorecida por la ilegítima interferencia clerical en lo político nacida de la Donación enlaza después con la absolutización del Estado moderno, y con los horrores de éste.

Lejos de ser una historia lejana, la crítica de Valla afecta y mucho a nuestros problemas políticos cercanos y hasta cercanísimos. La tradición a la vez pacticia y sacra del Imperio –véase lo largamente explicado por Paolo Prodi– era incompatible con el totalitarismo, que en cambio y pese a las apariencias es hijo del güelfismo. Ya Walter Ullman sintetizó el asunto al ver que la aceptación pragmática de la realidad permite a la larga la integración de lo diverso y de lo imperfecto, mientras que la pretensión de perfección y de santidad en lo político ha llevado a lo absoluto, escalofriante una vez inmanentizado, desde el marxismo al abertzalismo. Y es que lo Universal no es lo mismo, ni mucho menos, que lo Absoluto.

No deja de ser curioso que la pretensión política de la Santa Sede, por suerte abandonada sin retorno en 1929, se haya sostenido durante siglos en una mentira y una falsificación que, aunque durante mucho tiempo aceptadas de buena fe por muchas almas buenas, siempre fueron conocidas en su debilidad por muchos de quienes se aprovecharon de ellas. No hace falta a estas alturas que Roma pida perdón por la Donación, pero sí conviene que nuestros políticos sepan apreciar las consecuencias actuales de aquel error y de su defensa posterior. Que no hacen menos santa a la Iglesia romana, pero sí debería revaluar entre nosotros, en estos tiempos de crisis, la verdadera tradición romana, tanto en la cultura como en la política. Un libro oportuno, una satisfacción para el lector y un instrumento útil para evitar repeticiones de errores demostrados.

La paja en el ojo del vecino, la viga en el propio…

¿Basta la culpa de uno para que todos sean culpables? Los progres de todos los pelajes insisten con pasión en argumentos de este tipo para afirmar aún hoy la legitimidad y la dignidad de experimentos como el soviético, el maoísta o el republicano español. Curiosamente, pretenden que los errores, crímenes y mentiras masivos son excepciones que no pueden empañar la para ellos bondad intrínseca de tales regímenes. Regímenes cuyas víctimas se cuentan por cientos de millones en menos de un siglo, por cierto. Y los mismos progres son los que pretenden que un error de un eclesiástico en cualquier tiempo y lugar convierte en eternamente perversa a toda la Iglesia y a sus obras. Será la igualdad…

Nadie niega hoy que personas de la Iglesia, laicos y clérigos, han pecado, errado, delinquido y mentido; ni que lo siguen haciendo. Lo que José Carlos Martín de la Hoz publica ahora en los tipos de Homo Legens no es una obra de apología ciega, sino algo muy necesario para el catolicismo español del siglo XXI. Desde la fe, se trata de conocer sin miedo y sin prejuicios la historia de la Iglesia justamente en sus puntos más polémicos, que son los más atacados por sus enemigos. Y lo primero y más valiente es justamente eso, saber que ha habido errores, y que algunos deben aún ser reparados, pero que esos errores clericales recaen sobre sus autores sin por ello arrastrar a la Iglesia como tal.

Por otro lado, y sobre las mismas cuestiones polémicas, el católico español de a pie necesita un argumentario positivo más amplio. No se trata sólo de saber qué acusaciones son efectivamente ciertas y hasta qué punto, sino de tener muy claro cómo se ha difamado y se difama, desde la falsedad, a la Iglesia. La progresía anticristiana ha mentido y miente, y debe ser delatada y puesta en evidencia con datos ciertos, en casi todo desde los orígenes del cristianismo, su romanización, su relación con judíos y musulmanes, su Edad Media hasta su relación con crímenes reales o legendarios, genocidios y la política de la época contemporánea. Martín de la Hoz escribe de manera que todos los lectores podemos entender que la mayor parte de los insultos (pues no llegan a acusaciones) manejados contra la Iglesia son fáciles de rechazar con argumentos y datos, siempre que el interlocutor acepte el diálogo y no se limite a la repetición de consignas. Algo que nuestros progres, totalitarios, no suelen hacer.

Mentiras clericales, aunque sean tan evidentes, graves y dramáticas en sus consecuencias como la de la Donación de Constantino o la pedofilia reciente de algunos tonsurados, ni recaen sobre la Iglesia ni permiten insultar a ésta desde la mentira. Tiene cierta gracia macabra absolver de la sangre vertida en su nombre a Lenin, a Stalin, a Mao y hasta a Rousseau y a Hegel, por no hablar de Adam Smith ni de Daniel Cohn-Bendit, y condenar a San Pedro y a Pío XII, por culpas además a veces inexistentes, otras veces falseadas y en todo caso menores en dolor y en extensión. Pero son, también, las consecuencias de una mala defensa; que nuestra civilización, ésas sí, paga aún.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 14 de enero de 2012, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/mentira-famosa-todos-tiempos-provecho-papa-119181.htm