Un mísero plato de lentejas

Por Pascual Tamburri Bariain, 12 de diciembre de 2000.
Publicado en El Semanal Digital.

Esaú, heredero de Isaac, vendió su legitimidad a Jacob por un plato de lentejas. A este episodio bíblico, origen del pueblo de Israel, se ha atribuido durante dos milenios, en Europa, un valor ejemplarizante: muchos arriesgan en sus vidas cosas realmente importantes a cambio de beneficios ilusorios o insignificantes. Es una de las infinitas debilidades del hombre, una especie siempre sorprendente.

Pasqual Maragall, hombre, catalán y político (aunque no necesariamente por este orden) también es sorprendente. Burgués de honda raigambre, ha dedicado su vida pública al Partido Socialista; miembro de un partido internacionalista y en cualquier caso no nacionalista, ha pasado décadas coqueteando con el catalanismo separatista en todas sus formas y variantes. Maragall resume en su persona todas las terribles contradicciones del socialismo barcelonés, aupado a la alcaldía gracias a los votos de la periferia explotada, charnega e inmigrante, pero gestor del Ayuntamiento en beneficio de la Barcelona «guapa», poco discretamente catalanista y obviamente ajena a los problemas de la Mina y barrios similares.

El sistema ha funcionado bien, y a gusto de casi todos: el nacionalismo catalán ha tenido un alcalde de su agrado, sin los riesgos y el desgaste de que fuese expresamente nacionalista; el PSOE nacional ha tenido un relativo feudo electoral en Cataluña, una muy necesaria reserva de lealtades; y los votantes no catalanófonos del PSC … han tenido buenas palabras en cada campaña electoral, y han seguido votando a Maragall, entre otras cosas por los sucesivos errores del Partido Popular.

A cambio de sus éxitos, en la calle Ferraz han perdonado a Maragall casi todo, como persona, como gestor y como político. Su éxito en las últimas elecciones autonómicas, donde quedó al borde de la victoria sobre Pujol, unido al desplome del PSOE en las elecciones generales, le han dado un eco renovado y una talla política de la que tal vez carece. Sus salidas de tono, su inexplicable comprensión por el separatismo terrorista, su predisposición a un diálogo «sin límites» con la ETA, lo han convertido, de hecho, en un antilíder del PSOE. Es evidente que su pasado, sus necesidades electorales, y sobre todo su intervención decisiva para que Rodríguez Zapatero fuese elegido secretario general de su partido le han llevado a esta posición, de un federalismo teórico que se desliza rápidamente hacia el chalaneo con los propugnadores de la destrucción de España como Estado nacional.

El Partido Socialista no puede permitirse ya sus salidas de todo. Maragall puede ser, a título personal, lo que le parezca oportuno, incluso nacionalista; pero no puede hablar en nombre del PSOE, salvo que éste quiera perder la confianza de sus millones de votantes que son y quieren seguir siendo españoles. La situación catalana puede evolucionar de manera imprevisible; pero antes que nada, el Partido Popular debe tomar buena nota de los riesgos que se corren asumiendo tácticamente contenidos y personajes marcados por el nacionalismo. Tampoco los subordinados de José María Aznar deberían arriesgarse a vender su dignidad personal y la de su partido por un plato de míseras e hipotéticas lentejas electorales.

Por Pascual Tamburri Bariain, 12 de diciembre de 2000.
Publicado en El Semanal Digital.