Dos Españas frente a frente

Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

Hay una España que triunfa en Europa: la España urbana, en especial Madrid y Valencia; la España de los servicios y el turismo, del sol y la playa, del ocio de masas y las inversiones extranjeras; también triunfa por ahora la España de los regadíos intensivos, con su agricultura hipercapitalizada, tecnológica y sustentada en los inmigrantes. Hay sin embargo una España derrotada, sombría y desesperanzada: la España que fue industrial y ya no puede serlo, la España que navegaba y ahora sólo lo hace bajo bandera extranjera, la España que investigaba y ahora emigra; también está siendo derrotada la España agrícola, que exhibió en el siglo XX su vigor y se demostró capaz de alimentarnos a todos, y que está siendo castigada por ello.

De todas las divisiones que se dan entre los españoles, ninguna es más radical que la que divide lo rural de lo urbano. El sesenta por ciento del territorio nacional, unos treinta millones de hectáreas, es cultivable. Un millón doscientos mil españoles trabajan la tierra, y la mayor parte de ellos lo hacen en explotaciones tradicionales, bien de ganadería extensiva, bien de cereales de secano. En resumidas cuentas, el diez por ciento de los trabajadores españoles produce alimentos más que sobrados para alimentar a todos, pero su tarea sólo se ve correspondida con el tres por ciento del PIB. La renta agraria ha descendido ligeramente en pesetas nominales desde 1980, lo que quiere decir que en pesetas reales, constantes, se ha hundido. Sólo las subvenciones permiten que se sigan sembrando los campos y que el éxodo rural aún no sea total.

Los acontecimientos de los últimos meses han oscurecido aún más el panorama. La ganadería que parecía más competitiva, intensiva, estabulada y basada en piensos artificiales, ha mostrado sus peligros y sus límites; pero el precio no va a ser pagado por los culpables, burócratas europeos y multinacionales de sector, sino de nuevo por la agricultura tradicional, antes al borde del abismo y ahora completamente dentro de él. Las importaciones masivas de productos americanos, incluyendo transgénicos, están anulando las posibilidades de recuperación del sector. En España, además, la perspectiva de perder casi todas las ayudas comunitarias con la entrada de los nuevos socios orientales de la UE, y la decrepitud de la población (el sesenta por ciento de los agricultores supera los 60 años), puede dar lugar a cambios radicales e irreversibles.

Desde el inicio de la industrialización, la España rural pagó el crecimiento de la España urbana; los impuestos, trabajadores y mercados de la España interior y meridional permitieron el despegue del País Vasco y Cataluña. Cuando por fin se dedicaron algunos recursos a modernizar la agricultura, esos esfuerzos se concentraron de nuevo en la periferia, con cultivos de huerta e invernadero que eran imposibles en la Meseta. En definitiva, se permitió que la España agrícola, espina dorsal de la nación, sobreviviese a duras penas. Hoy, agotados sus recursos, reducida y envejecida su población, emponzoñadas sus tierras y sus aguas, la España vencida muere. Dentro de unos años comarcas enteras habrán perdido sus gentes y su riqueza, sacrificadas en el altar de un progreso mal entendido y de una economía especulativa bien lejana del necesario equilibrio entre las regiones y los sectores productivos. Tal vez antes la vieja España carpetovetónica, la España arisca que ha producido siempre hombres duros y directos, tenga algo que enseñar a la España rica y urbana, artificial y devoradora que parece tan satisfecha de sí misma.

Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.