Pueblos sublevados contra los políticos democráticos: ¿por qué?

Por Pascual Tamburri Bariain, 5 de julio de 2013.

Prometen y no cumplen. Quieren el poder para siempre. Roban. Son felices de haberse conocido. De izquierdas o de centro, no importa. Hasta que el pueblo exige respuestas a su identidad.

José María Maravall. Las promesas políticas. Introducción del autor. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013. 224 pp. 21 €.


Amin Maalouf. Identidades asesinas. Traducción de Fernando Villaverde. Alianza Editorial, Madrid, 2012. 192 pp. 9.50 €. E-book 4.99 €

Ver los M113 por las calles de El Cairo y de Alejandría ha sido recibido internacionalmente como un movimiento en defensa de la democracia. Un golpe militar con todos sus elementos clásicos ha derribado al presidente de Egipto, y las grandes o no tan grandes democracias del mundo lo han aplaudido porque El Morsi era un islamista. Eso sí, era un islamista elegido en votación democrática por su pueblo hace poco más de un año, tras otro movimiento militar con el apoyo de las mismas grandes y pequeñas democracias (desde Washington a Madrid) que derribó a Hosni Mubarak, que a su vez durante décadas ellos mismos habían considerado el gobernante que garantizaba la estabilidad del mayor país árabe. Y así sucesivamente, una contradicción tras otra; al final el pueblo se queda sin saber qué es verdaderamente la democracia (aunque imbuido de la fe de que es algo bueno en sí mismo), ni cuáles son sus elementos, sus límites ni su evolución.

Lo que pretende divulgar José María Maravall a partir de un trabajo de investigación de décadas es exactamente eso. La intuición popular de que «todos los políticos son iguales» necesita una respuesta, que se puede encontrar en este ensayo. La clave es precisamente entender en qué son y en qué no pueden ser iguales los políticos, partiendo de la comprobación de que la meta básica de todo político es conquistar y mantener el poder, y su uso, por importante que sea, es sólo un segundo paso.

Maravall cree que la democracia es más que un sistema de alternancia en el poder, y asocia el éxito de una democracia a su capacidad de mantener las ilusiones de sus ciudadanos. De ahí la importancia de las promesas: si los políticos no cumplen, defraudan, y si defraudan los pueblos pueden abandonar la democracia y hasta recurrir a otras opciones. En este sentido es muy interesante la información que aporta el profesor Maravall y sus análisis, puesto que afronta un problema que ahora mismo, entre crisis y primaveras, afecta a democracias de todas las edades. No por ser «más» democrática es una democracia más exitosas, puesto que hay otras variables y deben ser tenidas en cuenta.

Además de su formación y de sus méritos académicos, evidentes, hay dos aspectos de la vida y pensamiento de José María Maravall que conviene tener muy presentes para entender esta reflexión sobre la democracia actual. Uno, muy conocido, es su paso por la política activa. Maravall no sólo fue socialista en la Transición española sino que fue el encargado de orientar la reforma socialista de la educación, un modelo ideologizado que –defendido por el PSOE y nunca desmontado por el PP- nos ha traído al espléndido punto en el que estamos. Una realidad educativa con consecuencias no menores en la democracia de hoy y de mañana. Y otro, a menudo olvidado, es su pertenencia como hijo de José Antonio Maravall a la minoría social e intelectual dirigente de la España del siglo XX.

Bien es cierto que, como escribió Maravall padre en su fase menos totalitaria, «el hombre tiene poder… para librarse del peso de su contorno«. Ese movimiento de liberación, de «paso de animalidad a la humanidad», en el que Maravall (padre) está mucho más cerca de Toynbee y hasta de Spengler que de Ortega y de Marx, culminaría en la Historia y «le libera de la opresión que ejercen sobre él los más poderosos elementos de su circunstancia, le libera de los demás hombres y de él mismo, de su propio pasado, no de la resistencia de su cuerpo o de su psique, sino de la limitación de sus ideas y de sus creencias, que se petrifican tradicionalmente sobre la existencia«. Y hablaba de las crisis históricas como «un súbito incremento de la velocidad histórica«… algo que no cambia su percepción antimaterialista de que ni todo lo real es mensurable, ni todo lo mensurable es real. Ahora en la calma de la jubilación, y para comprender los azares de la política y la crisis además del fracaso europeo de la socialdemocracia, quizá convenga al hijo releer a su padre sin las anteojeras de lo ideológico. La verdad es que sus propias intuiciones y conclusiones son mucho más interesantes y florecen si se podan de sus constantes igualitarias y materialistas.

Porque, como se concluye de una lectura crítica de este ensayo, ni la democracia es la única opción de gobierno, ni la igualdad es la única ni la principal variable que ha de considerarse al analizar el cumplimiento de las promesas de los políticos democráticos. Que no sólo fracasan por no ser suficientemente democráticos, sino también por no entender la realidad en la que se mueven.

La identidad como problema… y como límite a la libertad

Hace ya casi un cuarto de siglo conocí a Amin Maalouf gracias a sus «Cruzadas vistas por los árabes«, un libro mucho más interesante aún por las dudas y preguntas que siembra que por los jugosos datos que aporta. Y la gran pregunta al final era una, ya entonces, ¿qué quiere decir exactamente «nosotros» cuando miramos al pasado o más allá de las fronteras actuales?

Francés de origen libanés, Maalouf es él mismo un ejemplo de lo que intenta explicar en este Identidades asesinas. Las comunidades humanas se unen y se enfrentan según su origen, su lengua, su etnia, su religión y con frecuencia la imaginación de quien en un momento dado manipula su identidad. Hay muchas razones para identificarse, pero ninguna para hacer absoluta la identidad, algo que además implica necesariamente negar la identidad de los demás o de parte de ellos, en la medida en que dos absolutos no son compatibles.

A diferencia de muchos liberales anticomunitarios y de muchos marxistas contrarios a toda identidad colectiva tradicional, Maalouf entiende que la identidad no es un mal en sí misma, que el ser humano es naturalmente un ser comunitario y no un mero individuo reducible a ser materia. Lo que pasa es que la identidad tiene muchos matices, muchos elementos, una gran complejidad, y afirmar sólo un aspecto por encima de todos conlleva casi necesariamente falsear la realidad por un lado y violencia por el otro.

Cuando el pueblo sale a las calles puede ser muchas cosas a la vez; puede ocurrir, como en Egipto, que la identidad que un día es aplaudida desde la lejanía sea poco después vista como un peligro o una amenaza, sin haber cambiado. «No basta decir democracia para que se instaure la coexistencia en armonía«, dice Maalouf. «Hay dos caminos que me parecen especialmente peligrosos para la salvaguardia de la diversidad cultural y para el respeto de los principios fundamentales de la propia democracia: por supuesto, el sistema de los cupos llevado hasta el absurdo, y también el del sistema opuesto, el de un sistema que no respete más que la ley de los números, sin cautela alguna«. Quizá a veces la crisis de algunas democracias sea una crisis del sentido común de sus políticos.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 5 de julio de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/pueblos-sublevados-contra-politicos-democraticos–129984.htm