Pekín derrota a Beijing en las Olimpiadas de la vergüenza

Por Pascual Tamburri, 24 de agosto de 2008.

Beijing 2008 ha concluido. Los éxitos deportivos y la buena organización no deben ocultar la realidad de una China y de un olimpismo que siguen obstinados en los errores de siempre.

Han terminado los Juegos Olímpicos más caros, espectaculares y mediáticos de la era moderna. La China comunista, convertida al capitalismo económico, ha querido exhibir su riqueza y su renovación. Pero ha dejado claro que detrás está la vieja China comunista, inmovilista y violenta. Aunque ya no sea un buen negocio recordarlo.

El sistema comunista chino no ha renunciado a ninguna de sus crueldades. El olimpismo internacional no ha sanado de ninguno de sus viejos vicios. España ha contribuido a lo bueno del evento con lo mejor de su deporte, y tampoco ha ahorrado complejos y corrección política al afrontar los puntos oscuros de las Olimpiadas.

¿Quién ha dicho Derechos Humanos?

Jacques Rogge, desde el COI, se lleva la más notable medalla de barro de estos Juegos. No es posible predicar los valores genéricos del olimpismo y después ampararse en la «apoliticidad» del evento para negar la libertad de expresión de los atletas y de las delegaciones. Indudablemente unos u otras han sido bien tratados, pero no es esa la cuestión. Rogge ha dejado claro que la exigencia del COI depende del peso económico y político del organizador, y del viento que sople. Para terminar, el mismo Rogge impidió que los atletas españoles llevasen luto por el accidente de Barajas, sólo por miedo a que los anfitriones chinos se sintiesen incómodos. Al fin y al cabo, 153 muertos no son muchos en China: cada año se ejecutan allí muchas, muchas más penas de muerte, judiciales y extrajudiciales.

Pero Rogge no está solo. En mayor o menor medida, casi todos los líderes occidentales han compartido la medalla de barro del COI. George Bush, Nicolas Sarkozy y José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, en otros contextos y momentos se han proclamado defensores de los Derechos Humanos y de las libertades democráticas. Así, sin matices ni dudas, como bienes universales, absolutos. Hasta llegar a China, donde nuestros países han servido de comparsas en la propaganda del mayor régimen genocida y sin libertades jamás habido.

Business as usual

Desde Henry Kissinger Occidente ha dado por supuesto que un trato benevolente a la China de Pekín, ayudando a su modernización económica en sentido capitalista, era una necesidad de realismo político. Kissinger supuso y todos los budas liberales han repetido después que inexorablemente la libertad económica y la aparición de una clase media traerían la democracia y la libertad. La España de Franco se ha usado como ejemplo de esta bonita teoría.

Pura teoría. Ayudando a China hemos conseguido convertir en fábrica del mundo y centro de nuestras propias economías a la mayor potencia demográfica del orbe, sin por ello avanzar un solo paso hacia los supuestamente universales Derechos Humanos. China sigue masacrando a sus minorías éticas, sigue ocupando Tibet, sigue presionando en la frontera rusa (pero los rusos sí saben defenderse), sigue considerando delito la práctica del catolicismo, sigue imponiendo el aborto en masa para limitar los nacimientos, sigue siendo una potencia nuclear agresiva y expansiva. Pero como es buen negocio estar a buenas con ellos hemos invertido la doctrina Kissinger: ya no hacemos negocios para que florezcan las libertades, sino que hacemos buenos negocios que refuerzan un Estado liberticida.

Propaganda olímpica

China sale reforzada de esta operación, pero menos de lo que desearía. Sólo los medios y los políticos que más esperan ganar o más están ganando se distinguen por su sumisión a Pekín. Ciudad a la que ya no llaman por éste, su nombre español, sino «Beijing». Algo así como si en época de la reina Victoria todos los cursis de Europa hubiesen empezado a referirse a «London», y no demasiado lejano del servilismo con el que en 1990 todos se lanzaron a decir «Dubrovnik» en vez de Ragusa, o en 2008 escriben «Tblisi» en vez de Tiflis.

Pero Beijing es un escenario de cartón piedra. Detrás están, siempre, Pekín y la realidad. La dura realidad de una China que se sabe ahora con fuerza como para no hacer concesiones más que en lo económico. Y la dura realidad de un deporte en el que los buenos deseos no siempre bastan. Casi 20 medallas para el olimpismo español, que está muy bien pero no tanto como anunciaba un cierto alocado triunfalismo. Dicen que ahora el próximo reto es Londres 2012, pero para nosotros es Madrid 2016. Donde quizás no seamos tan brillantes como los chinos comunistas, pero donde sí seremos, sin duda, más libres.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 24 de agosto de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/pekin-derrota-beijing-olimpiadas-vergenza-86617.html